El ambiente frÃo, estéril y silencioso de la clÃnica hacÃan que cada segundo en aquel sitio se sintieran como una eternidad. Y todo por unos extraños dolores abdominales, los cuales habÃan obligado a Diana a recurrir a su médico de cabecera.
Irrumpiendo el silencio de la habitación, el doctor ingresa con un sobre en sus manos y una sonrisa en su rostro.
—! Buenas noticias ! — exclamó y abriéndose la bata blanca se sentó en su escritorio.
— ¿Ya saben que tengo? — preguntó Diana, quien permanecÃa sentada en la camilla.
El doctor extendió la carta, se ajustó los anteojos y esbozando una sonrisa exclamó.
—! Usted está embarazada !
Aquellas palabras helaron a Diana, un escalofrÃo recorrió su espalda. Extraña sensación, pero rápidamente recobrando la razón, replicó.
— Perdón, pero yo no puedo estar embarazada.
— Pues lo está.
— Pues no puedo.
— Pues asà es.
—! Pues deje de decir, pues ! — exclamó Diana entrando en un estado histérico.
— Usted comenzó…— murmuró el doctor y después sonriendo añadió. — Creo que debo explicar que después de mantener relaciones sexuales sin protección…
—! Yo no tengo pareja ! — interrumpió Diana quién se ajustaba aquellas batas que suelen dar en los hospitales, aquellas con la abertura en la parte trasera.
— No es necesario que sea su pareja, tal vez fue una noche de copas, una noche loca.
Diana intentaba reprimir sus instintos asesinos, ya que le parecÃa imposible estar embarazada, no en esos momentos crÃticos donde la Universidad la ahogaba, donde luchaba diariamente con tener una vida estable y la idea de un hijo era imposible.
— Doctor, yo no tengo pareja, menos he tenido relaciones sexuales.
El doctor se reclinó sobre su silla y mirando el techo exclamó.
— Pues de alguna forma usted se embarazo, ya tiene dos meses. Tal vez en alguna fiesta alguien…
— Nadie, absolutamente nadie ha enterrado su cosa en mi cosa — exclamaba Diana mientras hacÃa extrañas formas con sus manos.
Entonces una punzada le hizo detenerse, algo en su interior parecÃa moverse. Al principio sólo fue una sensación momentánea, luego pasó a ser constante, lo que hizo que le doctor se levantase de su escritorio.
— Debe recostarse — exclamó el doctor quien al ver a Diana acostada observó como el abdomen de ella crecÃa exponencialmente.
—! Doctor, creo que estoy embarazada ! — exclamó sobresaltada Diana.
— Bueno, parece que alguien cree en mis palabras — dijo con cierto sarcasmo el doctor.
Diana contempló como su abdomen se iba inflando, sus aspecto era similar a la de una mujer con 8 meses de embarazo.
—! ¿Qué está pasando? ! — gritó Diana mientras sentÃa contracciones y bajo su piel se mostraba la forma de una criatura que colocaba sus manos haciéndole visible ante la piel.
— Pues, la verdad no se con quien usted se acostó, pero…
—!Con un demonio! — exclamó Diana mientras sentÃa que su piel ardÃa. — Yo nunca he sido penetrada por un hombre, entienda…
Diana sentÃa que sus fuerzas eran cada vez menores, sus piernas caÃan flácidas sobre los extremos de la camilla al igual que sus brazos, la boca estaba reseca, pero en un momento sintió paz, la cual fue breve, ya que antes de que el doctor llamase a una enfermera. Diana gritaba, sus músculos faciales estaban tensos, sus ojos inyectados en sangre. Su cuerpo sudaba, la entrepierna sin depilar no habÃa cambiado de aspecto, pero ya casi no era visible debido a que el abdomen se seguÃa expandiendo.
Pasaron unos segundos, una enfermera ingresó y rápidamente se desplomó, su cabeza impactó contra el borde de una mesa pequeña, pero lo suficientemente resistente como romperle el cuello.
Diana respiraba con dificultad, parecÃa que aquello que habitaba en su interior le estaba absorbiendo la vida misma.
Tembloroso el doctor sujeto un bisturÃ, intento hacer una incisión en el abultado abdomen, pero unos dedos pequeños se asomaron rasgando la piel. Aquellos dedos rápidamente abrieron a Diana en dos.
Como si de un globo de agua se tratase, el abdomen explotó dejando a su alrededor un lÃquido rojizo, cuyo olor nauseabundo hacia creer que se trataba de animales podridos.
Entre llantos un extraño bebé mordÃa su propio cordón umbilical hasta desgarrarlo y salpicar el rostro del inmóvil doctor, que contemplaba aterrado la escena.
Aquel bebé de rojizos ojos y doble hilera de dientes, de los cuales en sus mejillas brotaban pequeños pero afilados colmillos. La criatura de demonÃaco aspecto parecÃa disfrutar el horror que le rodeaba.
El ruido del bisturà al caer en el suelo, resonó en la habitación, y el ruido de la sangre que brotaba del cuello del doctor terminaba de crear la espeluznante escena, donde el médico tendido en el suelo, bañando en su propia sangre con la cual alimentaba cual madre da pecho a su hijo recién nacido, sólo que la infernal criatura succionaba la vida misma mientras aumentaba su tamaño para repetir el ciclo de horror.