« Mi querida Elisabeth, mi amada Elisabeth. No sabes cuanto extraño ver tu sonrisa, el movimiento de tus rizos al caminar, pero en estos momentos no puedo estar contigo. Pronto estaremos juntos.
Att: de quien te ama eternamente»
— ¿Otra?
— Asà es. — respondió Elisabeth, mientras arrugaba el papel y lo lanzaba al bote de basura.
— ¿Aún no sabes quién es? — preguntó su amiga.
— No, ni idea y está es la quinta carta que me envÃa.
La amiga de Elisabeth se levantó del sofá, camino hasta la cocina y comenzó a buscar entre la alacena.
— ¿Dónde guardas el café ?
— No tomó café.
— Eres rara — exclamó la amiga y volviendo con las manos vacÃas al sofá, añadió — De todos modos ¿Quién envÃa cartas a estas alturas?
— No lo sé, pero es extraño, aparecen cada cierto tiempo, frente a la puerta.
— ¿Esa que leÃste de cuando es?
— De hace 2 dÃas, eso creo. Pero bueno, sólo son cartas — dijo Elisabeth mientras se levantaba del sofá y se recogÃa el cabello.
— Es lindo tener un admirador secreto, ojalá tuviese uno. — exclamó la amiga y mirando a Elisabeth añadió — De todos modos no hagas caso, esa gente nunca se aparece, de otro modo se pierde la magia.
Elisabeth se sintió más aliviada y notando que se acercaba el anochecer se dispuso a sacar nuevas trampas para ratas, debido a que últimamente en el departamento habÃa escuchado extraños ruidos y después de telefonear a sus padres, estos concluyeron que se trataban de roedores.
— ¿Te quedarás a cenar? — preguntó Elisabeth.
— No, hoy no puedo. — respondió la amiga y con un efusivo abrazo se despidió. La puerta se cerró tras de sà y Elisabeth caminó descalza por el suelo de madera. Dirigió sus pasos hasta el baño, donde desnudándose se dio una ducha.
Luego de unos minutos salió y se vistió.
Al llegar a la cocina encontró una taza sobre la mesa, estaba vacÃa, pero no recordaba haberla dejado ahÃ, por lo cual concluyó que su amiga lo habÃa hecho.
Después de cenar vio una pelÃcula romántica en la tv, la cual le dio mucho sueño y sin demorar lo inevitable se dispuso a dormir. Una vez en su cama, sintió un peculiar olor. Café, sin duda era café, ella pensó. Elisabeth abrió sus ojos en medio de la oscuridad, palpo hasta llegar al interruptor, encendió la luz y se cubrió con una bata de seda. El olor provenÃa de la cocina.
Al llegar encontró la misma taza de hace unas horas, pero con residuos de café.
— ¿Hola? — dijo Elisabeth mientras sostenÃa la taza en sus manos, no recibió respuesta. — Debe ser un sueño — concluyó Elisabeth y dejando la taza en el fregador regresó a la habitación.
Mientras caminaba sintió que la pared a su izquierda crujÃa.
— Las ratas. — murmuró y regresando a la cocina buscó las trampas. Al llegar al cajón que está debajo del fregador, sacó las necesarias. Las distribuyó por la casa y al terminar se disponÃa a dormir, cuando el sonido de un sobre deslizándose sobre el suelo le hizo regresar a la cocina.
Justo frente a la puerta principal, habÃa una carta, de las mismas que reciba del admirador secreto, dudó en tomarla, pero finalmente lo hizo, se inclinó y la levantó.
Al abrirla leyó lo siguiente:
« Cuando te he extrañado mi amada Elisabeth, pero finalmente estaremos juntos, nuestros cuerpos se fundirán cual metal precioso y me amaras como yo lo hago.
Att: de quien te ama eternamente.
Posdata: amo tu bata de seda»
Elisabeth rompió la carta y corrió a la habitación, cerrando la puerta se dispuso a llamar a su amiga, quien inmediatamente le contestó.
— Hola, creo que es un acosador — exclamó — tengo algo de miedo, ¿Jess, hola? — Jess no le respondió, sólo se podÃa escuchar una respiración profunda. Elisabeth cerró la llamada y realizó una vÃdeo llamada por WhatsApp. Sonó por unos segundos y finalmente Jess respondió.
Se podÃa ver una puerta de madera en la pantalla de Jess, Elisabeth esperaba verla, pero por más que le hablaba ella no respondÃa, entonces Elisabeth exclamó.
— Llamaré a la policÃa, ¿Sabes? — Elisabeth temblaba, sentÃa un mal presentimiento. La cámara en el celular de Jess se movió, comenzó a avanzar. El lugar era oscuro habÃa poca iluminación y en medio de un pasillo encendió la linterna del celular, la cual iluminó el corredor y mostró una puerta al final. Elisabeth observó como la persona que manipula el celular de Jess avanzaba, mientras que repentinamente unos rayos de luz irrumpÃan por las grietas y debajo de la puerta de su habitación. En la vÃdeo llamada la linterna se apagó y la luz bajo su puerta también. — Esto no es gracioso — musitó Elisabeth mientras gotas de sudor frÃo corrÃan por su frente, entonces esa persona habló, no era la voz de Jess, su voz era diferente.
— Te dije que estarÃamos juntos.
Elisabeth gritó y dejando caer el celular, este terminó detrás de la cama. El pomo de la puerta comenzó a girar. Elisabeth rápidamente intento recuperar su celular, pero estaba tan abajo que debÃa bajar de la cama para recuperarlo. Mientras tanto la persona del otro lado de la puerta estaba forzando la cerradura para ingresar.
Elisabeth se lanzó de la cama, extendió su brazo derecho y al sentir la textura metálica del celular en sus manos lo intentó sujetar, pero fue arrastrada lejos de el. Al voltear intentó conectar una patada, pero está fue bloqueada y el cuerpo pesado de un hombre se abalanzó sobre el de ella.
Su barba raspaba cuando el rozó su mejilla contra la de ella, sus manos firmes sujetaban las muñecas de Elisabeth y su voz áspera, profunda le susurró al oÃdo.
— He pasado dÃas a tu lado, y no lo notaste, me tomaste por una rata, pase algunas veces junto a ti en la calle y me ignoraste. Me mudé al interior de las paredes de este viejo departamento y no notaste mi presencia, te escribà cartas y no las valoraste.
— ¿Qué me harás? — preguntó nerviosa Elisabeth.
— Lo mismo que tú le hiciste a mis cartas.