Los gemelos Harrison, Tom y Jerry, de 7 años. Hijos de padres fanáticos de dicha serie, vivÃan en carne propia lo que aquellos personajes animados podrÃan realizar si fuesen reales, aunque lo eran, en los cuerpo de sus hijos.
Los gemelos solÃan romper las esculturas de porcelana que tan cuidadosamente su madre adquirÃa y ante cada cristal roto, comida derramada, ambos padres recurrirán a una sola amenaza. " Los enviaremos con la abuela " . Pero ¿Quién era aquella anciana, y porqué debÃan temerle?
Los gemelos nunca antes la habÃan conocido, sabÃan de su existencia sólo por aquellas amenazas, fuera de eso y una fotografÃa borrosa, no tenÃan ni idea de quién era ella. Aún asà era la única forma para calmarlos.
Pero como la fábula que dice " viene el lobo " y éste nunca llega, sucedió lo mismo con aquella amenaza, la abuela nunca aparecÃa, es más ¿Y si no existÃa?
Cierto dÃa, los gemelos hicieron una travesura memorable, digna de una buena paliza, si fuesen sus padres unos anticuados.
Los gemelos, tomaron una vela, y fingiendo ser bomberos, pretendÃan apagar el incendio, lamentablemente el fuego se extendió, la criada murió calcinada, pues los bomberos siempre rescatan a alguien y no era lógico que ella sola se salvase, por lo cual mientras dormÃa su siesta del medio dÃa, la encerraron, evitando la posibilidad de escapar. Finalmente murió cuando el techo se colapsó y las llamas la consumieron.
La no tan inocente broma fue la gota que derramó el vaso, el cual habÃa sido repuesto muchas otras veces.
Alzando la voz, como nunca antes el Sr Harrison lo habÃa hecho, dispuso a cumplir con la amenaza, y como no habÃa maletas por hacer, ya que el fuego consumió toda la casa, salieron esa misma tarde.
El camino era largo, la abuela vivÃa a las afueras de la ciudad. Su casa de madera estaba rodeada por un bosque y a un costado cruzaba un rÃo muy turbulento.
El vehÃculo se detuvo, los niños aún no creÃan lo que sus ojos veÃan, una casa más pequeña que la de ellos y en un estado casi deplorable.
Las puertas del vehÃculo se cerraron de golpe, los niños bajaron, clamaron por otra oportunidad, pero su madre leyendo una nota en la puerta respondió.
« Aquà deben esperar, la abuela pronto vendrá »
Acto seguido, los padres partieron, jamás volvieron.
La noche estaba próxima, una luz parpadeaba y la abuela la puerta no abrÃa.
Los gemelos se abrazaron cuando del bosque unos gruñidos escucharon. Y al acto de espaldas cayeron, pues la puerta sola se abrió.
« Hola» dijeron, y nadie respondió. Ambos entraron y a sus espaldas la puerta se cerró.
Húmedo el suelo estaba, un olor a podrido a sus narices les llegaba.
Los gemelos un sofá vieron, y la televisión encendieron.
Entonces una voz lúgubre les dijo.
« Mis nietos queridos » y al acto a la abuela observaron, su piel colgante, sus dientes en el estante, el pelo gris y enrollado, su mirada fija y sobre todo su cuello torcido.
«¿ Eres la abuela?» dijeron a coro los gemelos, y la anciana su brazo extendió, el sofá con su mano palmeo.
Los gemelos sus pantalones mojaron, no por falta de retención, sino porque el agua nauseabunda a sus rodillas llegaba.
«¿ Te sientes bien…abuela?» preguntaron.
Y unos ojos bajo el sofá despertaron, la anciana nuevamente el sofá palmeo y entre sus piernas un extraño libro colocó.
Que noche más larga pasarÃan los gemelos, que noche más oscura, pero sin duda nunca de la casa de la abuela escaparÃan. Pues la abuela ama a los niños traviesos, son ellos el aderezo de su vida, y el lÃquido nauseabundo que ante sus pies moja eternamente.